QUÉ HACEMOS

CONGREGACIÓN DE SAN JOSÉ - JOSEFINOS DE MURIALDO

Somos embajadores de fe, paz y hermandad convencidos que las diversidades nos unen y enriquecen. No ofrecemos asistencia como fin a sí misma sino que nos comprometemos en la construcción compartida de un futuro de autonomía e integración mediante el trabajo de 7 Provincias coordinadas por el Consejo General.

ESCUELA Y FORMACIÓN

Orientar la conducta hacia el bien común. Este es el fin último de la enseñanza mediante la Pedagogía del Amor de San Leonardo Murialdo, que, en cada acción educativa, valoriza la persona en su complejidad. Formación significa para nosotros incentivar el desarrollo integral de la personalidad, paso propedéutico para el logro de ciudadanos justos, libres y abiertos a las necesidades de los demás. Nos comprometemos para contrarrestar el desagrado y el abandono escolar mediante la promoción de la formación alternando escuela-trabajo, creando una red virtuosa entre escuela, entes públicos y empresas privadas. Difundimos en en lugar la certeza que los jóvenes, taambién aquellos más en riesgo desde el punto de vista disciplinar o social, si ayudados en su camino de preparación, sobre todo en la edad de la adolescencia, pueden construirse un futuro digno en la legalidad.

San Leonardo Murialdo dedicó toda su vida a la educación de los niños y jóvenes más pobres y necesitados. Junto con un grupo de educadores de Turín, a mediados del siglo XIX, viendo la urgente necesidad de atención, acogida, educación, promoción y evangelización de estos niños, dedicó toda su vida a acompañarlos y apoyarlos en su proceso educativo, especialmente en el Colegio de los Artesanitos, ofreciéndoles una formación integral que les ayudara a ser buenos cristianos y honrados ciudadanos.

Su objetivo era educar para el paraíso, y lo manifestó expresamente con la frase "ne perdantur" (para que no se condenen), procurando para que tuviesen vida abundante en Jesucristo. Pero, al mismo tiempo, trabajó para entrenarlos humana y profesionalmente, para que fueran activos y felices constructores de una sociedad mejor.

Su pasión educativa se mantuvo viva y hoy se desarrolla en una gran familia de religiosos y laicos, la Familia de Murialdo, que ofrece este servicio educativo evangelizador a muchos jóvenes en las quince naciones donde opera.

Guarderías infantiles, escuelas primarias y secundarias, liceos clásicos y científicos, institutos técnicos,  centros de formación profesional e incluso la formación universitaria, representan una gran red de servicios, caracterizada por el carisma de Murialdo, con un estilo educativo propio: la Pedagogía del Amor.

Educamos porque, como discípulos/misioneros de Jesús, nos mueve la esperanza y amamos apasionadamente nuestra humanidad, que en los niños y jóvenes no sólo tiene su futuro, sino también el corazón de su presente. Educamos porque creemos que este futuro más digno y más justo de la humanidad, que deseamos ardientemente, sólo es posible si hoy todos los jóvenes, especialmente los más pobres y necesitados, pueden desarrollar todo su potencial humano para alcanzar la plenitud de Cristo.

 
Sede Internacional
 
Sedi Nacional
 
Ubicaciones regionales

Ayudar a los jóvenes a encontrar su camino... a casa. En nuestros centros de acogida los días están marcados por los encuentros, todos siempre diferentes pero unidos por el deseo de una sonrisa amistosa, del estar a gusto, de un lugar seguro. Hemos acogido a jóvenes sin familia o con relaciones rotas, con historias de incomodidad y soledad, a los que hemos ayudado y seguimos ayudando porque creemos que la dignidad de la persona es un derecho inalienable para todos. Para nosotros, ayudar no significa sólo asistencia, sino sentar las bases de un futuro de autonomía e integración social. Empezar de nuevo con nuevas claves para un futuro de dignidad, justicia y equidad.

CENTROS DE ACOGIDA

Pobres y abandonados: estos son los dos requisitos que constituyen un joven como uno de los nuestros, y "cuanto más pobre y abandonado, más es de los nuestros", decía San Leonardo Murialdo. A lo largo de su vida se dedicó totalmente a ellos. Los acogió en los oratorios y, a partir de 1866, se entregó totalmente a ellos en el Colegio de los Artesanitos, en Turín. Allí vivieron y educaron a más de doscientos niños y jóvenes para que se convirtieran en buenos cristianos y honestos ciudadanos. Fueron acompañados por Murialdo y un grupo de educadores.

Esta convicción de la necesidad de dar la vida por la educación de los jóvenes, nacida del encuentro entre la experiencia del amor de Dios y la dura realidad de los niños de la calle, se prolongó en el tiempo a través de la Congregación de San José y hoy ha llegado a quince naciones, donde se ha extendido este carisma de servicio, encarnado en religiosos y laicos, que comparten esta espiritualidad.

Casas familia, familias de acogida, refugios temporales, centros diurnos, centros comunitarios, comedores educativos... son algunas de las muchas formas en las que vivimos este servicio educativo evangelizando a los jóvenes pobres y necesitados y a los jóvenes de cada lugar en el que nos encontramos.

El estilo educativo de San Leonardo difundido por su familia carismática, la Familia de Murialdo, como la Pedagogía del Amor, caracteriza nuestras respuestas educativo-pastorales a través de la acogida, la presencia, la escucha, la ternura... Sólo el amor educa y da fuerza al corazón de los jóvenes para alcanzar su plenitud humana en Cristo. Un amor que es el verdadero motor de toda la propuesta educativa.

Para los jóvenes sin familia, o con familias disgregadas, para los que están prácticamente solos o se sienten abandonados, para los marginados o que no pueden vivir según la dignidad de hijos de Dios, para los que sufren la pobreza, en sus formas tradicionales o nuevas, para todos ellos, queremos ser, como Murialdo, educadores al estilo de San José, viendo a Jesús en cada niño y joven, protegiéndolos y educándolos como Jesús en la Sagrada Familia, queriendo ser para cada uno: amigo, hermano y padre... y tratando de hacer bien las cosas buenas.

PARROQUIAS Y ORATORIOS

Para educar en la belleza de la vida y el Evangelio. Nuestro desafío educativo se enriquece en las parroquias y oratorios, lugares privilegiados para convertirse en una "familia bien unida" especialmente para los jóvenes que sufren situaciones dolorosas de abandono o desintegración. Para nosotros, la educación cristiana no es simplemente una educación en la fe, sino un crecimiento en todas las dimensiones que contribuyen a formar una personalidad en su complejidad. Educar en la racionalidad y la inteligencia, el afecto, los sentimientos y la solidaridad significa derribar las fronteras del prejuicio, el miedo y la sospecha para mirar el mundo con interés y responsabilidad.

"Id por todo el mundo, predicad el evangelio, bautizad y enseñadles a hacer lo que os he mandado..." dijo Jesús antes de subir al cielo. Los discípulos de Cristo comenzaron a difundir la buena noticia al ser testigos de su fe en Jesucristo, quien por su resurrección nos dio la salvación. A lo largo de su viaje histórico la Iglesia ha vivido y sido testigo de su propia fe en los cinco continentes.

También hoy la Familia de Murialdo se siente interpelada por este mandato de Jesús y, en sintonía con la Iglesia, se pone al servicio de la evangelización a partir de su carisma específico de educadores cristianos de los jóvenes más pobres.

La Iglesia nos confía las parroquias porque colaboramos con su servicio misionero-pastoral a partir de nuestro estilo específico. Nuestras parroquias, por lo tanto, al ofrecer un servicio a todo el pueblo de Dios que les ha sido confiado, en armonía con el proyecto de evangelización de sus respectivas diócesis, lo hacen con una atención especial y prioritaria a los adolescentes y jóvenes, especialmente a los más pobres y necesitados. Una atención de amor preferencial que no excluye a nadie pero que impulsa a toda la comunidad eclesial a implicar a toda la comunidad eclesial en el servicio educativo/evangelizador de los jóvenes.

"En la Parroquia Josefina, ningún joven sin familia" es un lema que ha acompañado el ministerio parroquial de los hermanos de la Congregación de San José durante los últimos treinta años. Lema que la familia Murialdo trata de vivir en todas sus obras al servicio de la pastoral.

Queremos ser una familia para los jóvenes, sobre todo para aquellos que no la tienen o que por diversas razones sufren situaciones dolorosas de abandono o desintegración. Comprometámonos a ser una "familia bien unida", repetía Murialdo insistentemente... ser "amigos, hermanos y padres" para los chicos y jóvenes, educando-evangelizando con nuestro estilo específico: la Pedagogía del Amor.

Realizamos este ideal a través de diferentes tipos de comunidades y grupos de niños, adolescentes y jóvenes, oratorios, centros juveniles, centros educativo-comunitarios, etc. Lo hacemos siguiendo la sabia recomendación metodológica de nuestro fundador: "Jugar, aprender, rezar... esto es el oratorio".

El 22 de abril de 1922, los primeros misioneros josefinos salieron de Génova para la misión de Napo, Ecuador. Fueron P. Emilio Cecco y P. Giorgio Rossi. En setiembre se les unieron otros hermanos italianos procedentes de Brasil: un sacerdote y tres hermanos laicos. El territorio confiado a los josefinos era un vicariato, es decir, una circunscripción eclesiástica bajo la responsabilidad de un vicario apostólico, directamente dependiente de la Santa Sede, porque era (y sigue siendo) una porción de la Iglesia aún no constituida en la diócesis. El obispo responsable de ello se llama, por lo tanto, Vicario Apostólico.

VICARIATO APOSTÓLICO DEL NAPO

El centro de la misión es Tena, donde poco a poco se fueron uniendo otros cohermanos, ayudados en su trabajo por las Hermanas Doroteas de Vicenza (y hoy también por las Murialdinas). Los viajes a Ecuador se hacían en barco: uno desembarcaba en Guayaquil, continuaba hacia la Sierra, es decir, las montañas, hasta Ambato. Desde aquí se necesitaban otros dos días a caballo y 8-10 días a pie en la selva para llegar a la misión, con algo de canotaje, en los peligrosos ríos de la Amazonia ecuatoriana. En esa época el territorio confiado a los Josefinos tenía una extensión de 600 por 300 km, luego reducido en las décadas siguientes para la creación de otros vicariatos, confiados a otras congregaciones religiosas. La región tomó su nombre del río principal, el Napo.  

Mons. Emilio Cecco fue primero administrador apostólico (1922-1931) y luego vicario apostólico (1931-1937).

En aquellos primeros tiempos los misioneros pensaban en la proclamación del Evangelio, pero también en la construcción de iglesias, escuelas, carreteras, puentes, dispensarios médicos, centrales hidroeléctricas, instalación de servicios telegráficos, conducciones de agua potable... Fue el hermano laico Gaetano Danzo quien llevó por primera vez la luz eléctrica a Tena en 1929. 

Poco a poco se fueron creando centros misioneros en los pueblos habitados por los indios, aunque también hubo colonos de otras regiones del Ecuador. Así las estaciones misioneras de Ahuano, Arajuno, Archidona, Baeza, Borja, Cotundo, El Chaco, Loreto, Misaguallí, Fátima, Puerto Murialdo, Puerto Napo, Santa Clara, Talag... casi todas ellas con iglesias o capillas, escuelas primarias, pequeños colegios, dispensarios médicos, e incluso algunos hospitales en los centros más poblados. 

Las revistas "Lettere Giuseppine", y más tarde también "Vita Giuseppina" (de 1931), informaban a menudo extensas crónicas de los viajes y aventuras de los misioneros, describiendo la vida de los habitantes de Napo, las costumbres, la gran belleza de los bosques, la majestuosidad de los ríos, y alimentando el deseo misionero de los numerosos seminaristas josefinos que estudiaban en las casas de la congregación en Italia.

Después de Mons. Cecco, se sucedieron otros vicarios apostólicos: Mons. Giorgio Rossi (1938-1941), que murió ahogado en el río Tena; Mons. Massimiliano Spiller (1941-1978); Mons. Giulio Parise (1978-1996); Mons. Paolo Mietto (1996-2010); Mons. Celmo Lazzari (2010-2013), llamado más tarde a dirigir el vicariato de Sucumbíos; Mons. Adelio Pasqualotto, desde 2015 hasta hoy. 

Es una historia larga y aventurera, acompañada de dificultades de todo tipo, que sólo la dedicación generosa de los misioneros, las Hermanas, los catequistas laicos, pudo superar, al punto de cosechar abundantes frutos para la Iglesia y la sociedad civil del Ecuador.